“Una alianza herida”




Bar de luces bajas. Afuera, la noche es espesa. Máximo y Diego comparten una mesa de madera antigua. El whisky se enfría entre los dedos. Las pipas descansan sobre un cenicero de bronce. La conversación nace como quien toca una herida sin saber si sangra.


DIEGO

Máximo… ¿puede sostenerse un matrimonio católico… si uno de los dos abandona la fe?


MÁXIMO

(Pausa larga. Mira su vaso sin beber.)

¿Querés saber si es posible… o si tiene sentido?


DIEGO

Ambas cosas.

Me cuesta imaginar cómo seguir caminando hacia Dios… cuando el otro ha dado la espalda.

Cuando el corazón ya no mira hacia el mismo cielo.


MÁXIMO

(Su voz es lenta, como si acariciara cada palabra.)

El matrimonio, en su raíz sacramental, no es sólo un pacto afectivo.

Es una alianza sellada con Dios como testigo y fundamento.

Cuando uno de los dos deja de creer…

la alianza permanece,

pero la comunión se hiere.


DIEGO

¿Y puede sanarse?


MÁXIMO

Sólo si quien permanece en la fe… ama con más profundidad que antes.

No con ternura superficial, sino con amor crucificado.

Porque ese matrimonio ya no será compartido en lo esencial…

pero sí puede ser sostenido… como cruz ofrecida.


DIEGO

(Pasa lentamente los dedos por el borde del vaso)

Entonces… el fiel carga con los dos.

Reza por dos. Espera por dos.

Camina solo… por ambos.


MÁXIMO

Sí.

Pero no está solo.

La gracia que selló ese vínculo sigue viva.

Y donde uno es fiel, Dios obra.

Tal vez no para cambiar al otro…

pero sí para santificar al que ama con fidelidad dolorosa.


DIEGO

(Pausa larga)

¿No hay una humillación ahí?


MÁXIMO

Sí.

La humillación de amar sin ser amado igual.

De hablar con Dios… mientras el otro calla.

Pero también es una vía de configuración con Cristo.

No hay amor más grande… que aquel que permanece cuando el otro se va.


DIEGO

Entonces el matrimonio no termina cuando uno pierde la fe.


MÁXIMO

No.

El sacramento es irrevocable.

Pero se transforma en misión.

Ya no es caminar a la par… sino cargar al otro con ternura firme.

Confiando en que la fidelidad silenciosa también predica.


(Silencio. Ambos beben. No por placer, sino por comunión. La noche cae sin ruido. Las brasas de las pipas aún humean.)


DIEGO

(Sin mirarlo, como quien teme su propia pregunta)

¿Y si después de esa pérdida de fe… viene algo más?

Si quien dejó de creer… también traiciona.

Primero una infidelidad interior. Luego… un adulterio real.

¿Se puede remediar?

¿Se puede salvar un matrimonio después de eso?


MÁXIMO

(Suspira. Deja el vaso. Mira el humo que sube.)

No se puede hacer como si nada hubiera pasado.

El alma herida no olvida. Y Dios tampoco olvida… pero perdona.

Cuando hay traición, la alianza no desaparece… pero queda rota en su forma visible.


DIEGO

¿Entonces no hay esperanza?


MÁXIMO

Hay esperanza… pero no garantía.

Si el culpable no se arrepiente de corazón, no hay camino.

Pero si hay conversión sincera, si hay humildad… entonces la gracia puede reconstruir incluso lo que el pecado destruyó.


DIEGO

¿Y si el fiel ya no puede más?


MÁXIMO

Entonces que ame en verdad… sin forzarse a lo imposible.

La Iglesia no exige martirios solitarios.

Pero sí pide no odiar. No manchar el alma con rencor.

Perdonar no siempre es volver.

A veces es dejar libre… y vivir en castidad y oración, como quien cuida la llama aunque no tenga altar.


DIEGO

Entonces… aunque el otro se haya ido lejos… yo aún puedo ser fiel.


MÁXIMO

Y esa fidelidad, Diego… aunque parezca absurda ante el mundo, puede ser redentora.

Para vos.

Y quizás, un día, también para el otro.



Referencias doctrinales y teológicas:


Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1640–1651; 2380–2386


San Pablo, 1 Corintios 7, 12–16


San Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n. 83


Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suppl., q.65


San Agustín, Confesiones, libro X

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