Lugar: Jardín universitario, al atardecer. Un banco bajo una higuera.
Personajes:
Máximo, filósofo veterano, profundo conocedor de ética clásica y espiritualidad cristiana.
Diego, filósofo joven, dolido por una calumnia reciente que ha afectado su vida personal y profesional.
DIEGO (con voz tensa, mirando al suelo):
He comprendido que hay formas de violencia más sutiles que un golpe. La calumnia, Máximo, te corroe desde dentro… Y sin embargo, no deja moretones. Solo silencio y sospechas.
MÁXIMO (sereno, cruzando las manos):
La calumnia es la espada de los cobardes, Diego. No hiere de frente. Se desliza como un veneno en la copa del juicio ajeno. Los antiguos lo sabían: "Lingua nequam quasi ignis est", dice el Eclesiástico, “la lengua perversa es como fuego”.
DIEGO:
Lo peor es que viene de quien te conocía. O eso pensabas. ¿Cómo se convierte alguien en enemigo de tu nombre?
MÁXIMO:
Por orgullo, por envidia, por venganza. A veces por una mezcla oscura de todas. San Agustín llamaba a la calumnia un acto que une la mentira con el deseo de dañar (mendacium perniciosum). No es simple error: es una agresión deliberada contra el ser del otro.
DIEGO: ¿Y no basta con vivir bien? ¿Con ser honesto? ¿La verdad no se impone sola?
MÁXIMO (con gravedad)
La verdad no grita, Diego. Es paciente, pero no impune. Aristóteles decía que la verdad es el fin último del entendimiento humano, “la adecuación entre el intelecto y la cosa” (Metafísica, IV, 7). Pero en la polis, no basta con ser verdadero: hay que parecerlo. Y ahí, la calumnia halla su terreno fértil.
DIEGO (amargamente):
Entonces… ¿la justicia depende de las apariencias?
MÁXIMO:
En parte. Por eso Platón, en su República (Libro II), plantea la figura del hombre justo que es tratado como injusto y aun así permanece fiel a la justicia. Ese es el verdadero reto ético: mantenerte firme cuando el mundo confunde tu nombre.
DIEGO:
Pero uno se cansa. Se agota. Quisiera gritar la verdad, sacudir a quienes escucharon la mentira y no preguntaron nada.
MÁXIMO (mirándolo a los ojos):
Eso es comprensible. Pero no todo grito limpia. La respuesta a la calumnia no es el escándalo, sino la integridad. Santo Tomás de Aquino dice que el hombre virtuoso no se turba por el juicio de los hombres, sino que se apoya en su conciencia (Suma Teológica, II-II, q. 70).
DIEGO:
¿Y el honor? ¿El nombre mancillado? ¿No es eso parte de la dignidad?
MÁXIMO:
Sí. Pero el verdadero honor no depende del aplauso externo. Recuerda al mártir: es condenado por los hombres, pero coronado por Dios. Decía Séneca que “lo que otros piensen de ti no es asunto tuyo” (Cartas a Lucilio, 43). Aunque duela.
DIEGO (en voz baja):
Pero yo no soy mártir. Solo un hombre herido. Y mis hijos… ellos escuchan cosas, insidias. ¿Qué pasa si los arrastra la duda?
MÁXIMO (con tono paternal):
Ahí la lucha se vuelve sagrada. Ya no defiendes solo tu nombre, sino la verdad que quieres legarles. Y eso se hace con la vida, no con gritos. Tus actos hablarán por ti. A largo plazo, el alma íntegra deja un testimonio que el tiempo no puede borrar.
DIEGO:
¿Y el calumniador? ¿Qué le espera?
MÁXIMO:
A veces, el silencio de Dios. Otras, el peso de su mentira, que tarde o temprano cae sobre él. En el Salmo 101, se dice: “al que en secreto calumnia a su prójimo, lo haré callar”. Y en Mateo 12:36, Cristo advierte que “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, darán cuenta en el día del juicio”.
DIEGO (respira hondo):
Entonces debo resistir. No por orgullo, sino por fidelidad.
MÁXIMO:
Exactamente. Resistir sin odio. Habitar el desierto sin renunciar a la fuente. Y confiar en que la verdad —como el sol detrás de las nubes— no ha dejado de brillar. Solo espera su hora.
(Ambos guardan silencio. El viento mueve levemente las hojas. Diego cierra los ojos. Máximo baja la mirada y hace una señal de cruz invisible sobre su pecho.)
Bibliografía y citas:
Aristóteles, Metafísica, Libro IV, 7.
Platón, República, Libro II (el mito del anillo de Giges).
San Agustín, De mendacio (Sobre la mentira).
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 70 (sobre la calumnia).
Séneca, Epístolas Morales a Lucilio, Carta 43.
La Sagrada Escritura:
Eclesiástico 28, 12: “La lengua es como fuego.”
Salmo 101, 5: “Al que en secreto calumnia a su prójimo, lo haré callar.”
Mateo 12, 36: “De toda palabra ociosa que hablen los hombres, darán cuenta en el día del juicio.”
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