“El elogio de los invisibles”
Diálogo entre Máximo y Diego, caminando por el parque universitario.
Los álamos filtran la luz de la tarde, que cae tibia sobre los bancos vacíos. A lo lejos, se oyen las voces de estudiantes conversando. Entre los senderos de grava, Máximo y Diego caminan lentamente. Visten sobrios, sin ostentación. Uno observa con mirada serena. El otro, con ojos que buscan.
DIEGO:
(Con una mezcla de cansancio y duda)
A veces me descubro esperando una mirada, un elogio, incluso un aplauso… y no me reconozco. ¿Cómo es que ese deseo de ser visto se me mete incluso cuando intento hacer el bien?
MÁXIMO:
(Sonríe con ternura, como quien ya ha estado ahí)
La vanagloria no es solo el vicio del soberbio. Es el consuelo de los inseguros, el refugio de los heridos. Y por eso se disfraza. A veces, se viste de falsa humildad. O de deseo de justicia. Pero al fondo… busca verse a sí misma en el espejo de los otros.
DIEGO:
(Suspira)
La semana pasada ayudé a un colega con un problema complejo. Lo hice sinceramente… pero después me sorprendí pensando si eso hablaría bien de mí, si alguien más lo sabría. Y ahí me di cuenta: no estaba del todo limpio.
MÁXIMO:
(Su tono es suave, pero firme)
Evagrio decía que la vanagloria es la más espiritual de las pasiones. Porque puede crecer incluso en la virtud.
“El demonio de la vanagloria se acerca al asceta cuando ha vencido a los demonios carnales” —escribía.
Y eso significa que no basta con obrar el bien. Hay que aprender a olvidarse.
DIEGO:
Pero… ¿acaso no es natural querer ser reconocido? ¿Apreciado?
MÁXIMO:
Natural, sí. Pero el cristiano no se detiene en lo natural. Está llamado a algo más. A la lógica del Reino, que dice:
“Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6,6).
El que obra para ser visto, ya recibió su paga.
El que obra en lo escondido, abre la puerta del cielo.
DIEGO:
¿Y cómo se vence entonces esa necesidad tan humana?
MÁXIMO:
No se vence con desprecio de uno mismo. Ni con teatral modestia. Se vence cultivando el secreto. El amor secreto. La oración secreta. La limosna secreta.
San Gregorio decía que “la vanagloria hace perder incluso el bien que se hace, si se busca a uno mismo en lugar de a Dios.”
Por eso, a veces hay que hacer el bien… y callar.
DIEGO:
(Lo mira en silencio. Luego, con la voz más baja)
A veces tengo miedo de desaparecer. De que si no me ven, no existo.
MÁXIMO:
(Hace una pausa. Se detiene un momento y lo mira con profundidad)
Diego… no hay mayor libertad que la de aquel que ya no necesita ser aplaudido.
Y no hay mayor fecundidad que la del hombre invisible que obra en Dios.
Ser olvidado por los hombres puede ser un camino para ser recordado por el Cielo.
“El grano que cae en tierra y muere, da mucho fruto.” (Jn 12,24)
DIEGO:
(Se queda en silencio. Mira los árboles. Luego asiente.)
Gracias. Creo que… tengo que empezar a buscar el silencio de nuevo.
Y quizás… aprender a ofrecer mi obra sin testigos. O mejor: con un solo Testigo.
MÁXIMO:
Eso es.
(Pone una mano en su hombro)
El mundo está lleno de maestros que quieren ser admirados. Pero lo que falta… son testigos que estén dispuestos a desaparecer.
CITAS Y REFERENCIAS:
Evagrio Póntico, Tratado práctico, n. 14-17.
San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, II, 29.
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q.132, a.1-3.
San Benito, Regla de los monjes, cap. 6.
San Agustín, Sermones, 117.
Evangelio según San Mateo 6,1-6.
Evangelio según San Juan 12,24.



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