De fide: la permanencia del amor fiel
Ambientado en el parque de la Universidad. El sol de la tarde se filtra entre las ramas de los árboles centenarios. Máximo y Diego caminan lentamente. El silencio es reverente. Sólo se escucha el crujir de las hojas secas bajo sus pasos.
Diego:
Máximo… ¿la fidelidad es una virtud en extinción o una herida aún abierta en el corazón del hombre moderno?
Máximo:
Buena pregunta, Diego. La fidelidad no ha muerto, pero ha sido relegada. Hoy se exalta la autenticidad mal entendida, esa que justifica la traición con el pretexto del deseo o de la "búsqueda de uno mismo". Pero como dice San Agustín, “fidelis est qui promissa servat” —fiel es quien guarda lo prometido.
Diego:
Vivimos en tiempos líquidos, como diría Bauman. Todo se vuelve efímero, desechable… incluso los vínculos más íntimos.
Máximo:
Y sin embargo, la fidelidad es la médula del amor verdadero. No hay caridad sin permanencia. El amor que no soporta la prueba del tiempo y la adversidad es sólo pasión disfrazada. Santo Tomás de Aquino distingue entre amor benevolentiae —el amor de benevolencia— y el amor concupiscentiae —el amor de deseo. El primero permanece, el segundo busca saciarse.
Diego:
Pero ¿cómo sostener la fidelidad cuando el otro cambia, cuando deja de responder al mismo compromiso?
Máximo:
Esa es la fidelidad más difícil: la que no espera reciprocidad inmediata. Es la que refleja la fidelidad de Dios, que permanece fiel, aunque nosotros seamos infieles, porque no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tim 2,13). La fidelidad no es reacción, es decisión.
Diego:
Entonces… ¿ser fiel es ser fuerte?
Máximo:
Es ser humilde. Porque el que es fiel no lo es por orgullo, sino porque ha aprendido a amar más allá de sí mismo. Como decía Kierkegaard: “la fidelidad es la memoria del corazón”. Sólo ama verdaderamente quien recuerda el sentido de su promesa, aun cuando las emociones flaquean.
Diego:
Y sin embargo, algunos llaman a eso esclavitud. Dicen que uno debe ser libre para irse si ya no siente lo mismo.
Máximo:
Confunden libertad con capricho. Ser libre no es huir cuando duele, sino poder elegir el bien aunque cueste. La fidelidad no es una cadena: es un ancla. Sin ella, todo se desvanece. Recuerda lo que dijo Chesterton: “La fidelidad es lo que hace que el amor no sea una mera pulsión, sino una historia.”
Diego:
Y en esa historia, ¿qué pasa cuando uno ama solo?
Máximo:
Entonces su fidelidad se vuelve redentora. Como la cruz. El amor fiel es semilla sembrada en tierra árida, que un día dará fruto, incluso si el sembrador ya no está para verlo.
Ambos caminan en silencio un momento. El viento mece suavemente las ramas. Diego baja la mirada, como quien acaba de oír algo que resuena en lo más íntimo.
Bibliografía complementaria:
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 55 (Sobre la fidelidad)
San Agustín, Sermones, 46, 13
Søren Kierkegaard, Diario de un seductor
Zygmunt Bauman, Amor líquido
Gilbert K. Chesterton, El hombre eterno
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2364-2365 (Fidelidad conyugal)
Sagrada Escritura: 2 Tim 2,13; 1 Cor 13,7



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