“Tecnocracia y nihilismo: la ilusión del progreso sin virtud”
1. El espejismo del progreso
El siglo XXI ha hecho del progreso una religión. Todo lo que es nuevo se supone mejor, más justo, más verdadero. La historia —dicen— avanza hacia una utopía técnica donde el sufrimiento será abolido, la moral será flexible y el hombre, finalmente, se autodiseñará a su gusto.
Pero esta fe en el progreso no está basada en virtud, sino en potencia. El mundo moderno ha confundido el avance técnico con sabiduría moral, y al hacerlo ha caído en una nueva forma de idolatría: la del poder sin dirección. Como advirtió René Guénon:
“Los medios han superado a los fines.”
Hoy lo que se pregunta no es si algo es bueno, sino si es posible. Si se puede hacer, se hace. Aunque deshumanice. Aunque rompa vínculos naturales. Aunque profane lo sagrado.
2. Técnica sin ética: el vaciamiento del alma
La técnica ha desplazado a la metafísica. En lugar de preguntarnos por el por qué y el para qué, solo importa el cómo. El hombre se vuelve ingeniero de lo real, pero olvida que la realidad no se deja reducir a algoritmos.
Jacques Maritain lo expresó con lucidez:
“La técnica sin ética es suicida.”
Basta mirar nuestra cultura:
La inteligencia artificial sustituye al juicio humano.
La manipulación genética juega con la vida sin criterio moral.
La automatización elimina el trabajo sin preguntarse por el sentido del ocio o el dolor.
Este dominio creciente no ha traído sabiduría, sino nihilismo disfrazado de eficiencia. Como dijo Nietzsche, profeta a su pesar: “Dios ha muerto. Nosotros lo hemos matado.” Lo que vino después no fue la libertad, sino el vacío.
3. Un corazón sin forma: el nuevo hombre funcional
El nuevo sujeto moderno ya no busca la verdad ni el bien, sino la comodidad, la utilidad y la autoafirmación. Vive pegado a una pantalla, pero lejos de sí mismo. Lo domina todo, menos su propio corazón.
El progreso técnico sin virtud moral ha producido un tipo humano extraño: funcional, pero frágil; informado, pero confuso; hiperconectado, pero solo.
Jesús lo advirtió con palabras eternas:
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Marcos 8:36)
La pregunta sigue vigente. Y más urgente que nunca.
4. Regreso a la centralidad del alma
Frente al dominio de la tecnocracia, la doctrina católica proclama una verdad radical: el alma es más importante que la máquina, y el amor, más sabio que el cálculo.
El hombre fue creado a imagen de Dios, no a imagen del mercado ni del algoritmo. Redimido por la Cruz, está llamado no al dominio del mundo, sino a la comunión con el Padre. La técnica, entonces, debe ser instrumento, no ídolo.
La filosofía perenne —de Platón a Tomás de Aquino, de San Buenaventura a Pieper— nos recuerda que el verdadero progreso es el de la virtud, no el del voltaje.
Conclusión: una revolución del espíritu
Hoy más que nunca necesitamos hombres y mujeres que digan:
“La técnica no me define. La Verdad me llama.”
Y eso implica una revolución interior, una conversión: poner la técnica al servicio del alma, la ciencia al servicio de la sabiduría, y el futuro en manos de Aquel que es eterno.
Como escribió Dostoievski:
“La belleza salvará al mundo.”
Sí, pero no la belleza digital, ni la estética vacía. Sino la belleza de una vida vivida con verdad, fe y caridad.



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