De la Filosofía al Mito
Un canto filológico de Anquín a Tolkien
En Córdoba el verbo ardía,
fuego tomista en noche incierta,
y Nimio alzó su voz despierta
con filos de filosofía.
Nombraba al Ser, rasgaba el velo,
abría grietas en lo real,
y en su palabra —nunca en paz—
latía un tiempo ya marchito.
Fue en su aula, grave y callada,
donde el idioma, luz velada,
rompió mi carne acostumbrada
y abrió una herida enamorada.
Allí entendí que la palabra
no es forma sola ni razón:
es llama, abismo y oración,
es gruta viva que nos labra.
Filología, diosa escondida,
me diste el eco de otros mundos,
la música de sueños hondos
y un mapa antiguo para la vida.
Y fue ese soplo el que me trajo
al viejo Tolkien, caminante
del verbo élfico y resonante
que canta al pie de cada árbol bajo.
Por Nimio supe del misterio,
por Tolkien hallé su morada:
la lengua, estrella revelada
en el silencio del imperio.
Hoy tomo el libro con asombro,
y al pronunciar la antigua letra,
siento que Nimio aún penetra
el limbo vivo de su asombro.
Fue su voz, en noche madura,
la que sembró mi vocación.
Y Tolkien dio a mi corazón
su lengua propia y su aventura.



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