Cristo como Primogénito y la División Radical en la Vida del Cristiano




Cuando la primacía de Cristo se entiende en su sentido profundo, implica que Él debe ocupar el primer lugar en todas las esferas de la vida del cristiano, desde las relaciones familiares hasta las decisiones personales y profesionales. Este principio de primacía no solo trata de priorizar a Cristo en términos de adoración o devoción, sino de dejar que Él guíe todas nuestras acciones y decisiones. Este principio, tan central en la vida cristiana, tiene consecuencias de gran alcance, entre las cuales se encuentra la división, que se convierte en inevitable cuando el cristiano pone a Cristo en primer lugar.


I. La primacía de Cristo como ruptura con el orden mundano


El cristiano que pone a Cristo en el primer lugar no solo sigue un modelo de vida según las enseñanzas de Jesús, sino que también se aleja radicalmente del orden del mundo. El mundo tiene sus propios criterios de éxito, poder, seguridad y felicidad, que no siempre coinciden con los valores del Reino de Dios. Jesús mismo advirtió que seguirle exige una ruptura con este orden.


En Mateo 10,34-36, Jesús deja claro que su mensaje, al ser radicalmente opuesto al orden mundano, genera divisiones incluso dentro de las propias familias:


> "Porque he venido a poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa."

(Mt 10,34-36)


Aquí, la división no es una meta o deseo de Cristo, sino una consecuencia inevitable de poner en primer lugar a Cristo, ya que su Evangelio plantea un criterio que cuestiona los valores establecidos, incluidos los más cercanos y queridos. Cuando Cristo ocupa el primer lugar, las decisiones y comportamientos del cristiano estarán dirigidos por su voluntad, lo que puede ser percibido como una amenaza para las relaciones que no están fundamentadas en los mismos principios.


II. La división como señal de fidelidad a Cristo


San Agustín lo explica magistralmente al decir que el cristiano fiel no debe temer la división que surge cuando pone a Cristo como el centro de su vida. En su obra La Ciudad de Dios, elogia a aquellos que, por amor a Cristo, renuncian a los afectos desordenados:


> "Cuando el amor a Cristo prevalece, incluso la división familiar se convierte en un signo de fidelidad a Él. El amor a la verdad, que es Cristo, inevitablemente divide, porque el mundo sigue amando sus propias sombras."

(La Ciudad de Dios, libro 19, capítulo 19)


San Juan Crisóstomo, en sus homilías sobre Mateo, también subraya este punto al decir que la paz que Cristo trae no es la ausencia de conflictos, sino la paz que proviene de seguir la voluntad de Dios, que puede ser un reto para aquellos que viven bajo otros valores:


> "El amor a Cristo no es simplemente una aceptación de su mensaje, sino una transformación radical de nuestra vida, que puede traer conflicto. Sin embargo, es este conflicto lo que demuestra que realmente estamos siguiendo a Cristo, pues el que vive según el Evangelio se distingue de los que siguen el mundo."

(Homilía sobre Mateo 35,1)


Este "conflicto" no es un llamado a la confrontación física, sino una lucha espiritual en la que el cristiano debe mantenerse firme en su fidelidad a Cristo, sabiendo que esta fidelidad puede generar división en diversas áreas de su vida.


III. La primacía de Cristo y la lucha interna del cristiano


Cuando Cristo es colocado en el primer lugar, la lucha interna se vuelve un componente crucial. San Pablo habla de esta lucha en su carta a los Gálatas, donde describe la guerra entre la carne y el espíritu, la cual es el resultado de la elección radical de seguir a Cristo:


> "Porque la carne desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu lo que es contrario a la carne. Estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que queréis."

(Gálatas 5,17)


Al poner a Cristo como el primero en todo, el cristiano se ve confrontado con sus propios deseos desordenados, lo que provoca una división interna. El "no a mí mismo" que Cristo predica es una división interna que debe ser vivida de manera continua, renunciando al ego y al pecado para seguir la voluntad divina.


Esta lucha interna es también reconocida por Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica, donde señala que la "purificación" del alma requiere una constante división interior entre el bien y el mal, que solo se logra poniendo a Cristo en primer lugar:


> "La primacía de Cristo en nuestras vidas implica un continuo esfuerzo de discernimiento y conversión, ya que la vida cristiana no es una conformidad pasiva, sino una lucha activa contra las inclinaciones del pecado."

(Suma Teológica, II-II, q. 24, a. 9)


IV. El modelo de Cristo: su propia división para la reconciliación


Finalmente, San Agustín también subraya que la división no es algo ajeno a la vida de Cristo. Él mismo fue el primero en ser dividido a través de su crucifixión, y esta división de su cuerpo fue, en realidad, el medio por el cual la reconciliación fue alcanzada para todos. La vida de Cristo y su sacrificio nos muestran que la división —tanto exterior como interior— es un medio a través del cual se lleva a cabo la salvación:


> "Cristo fue separado de todos en la cruz para ser unido a todos en su resurrección. Así, la división es el medio por el cual se alcanza la verdadera unidad."

(Sermón 263,1)

De esta manera, la división en la vida del cristiano, ya sea en la familia, en el trabajo o en su propia lucha interna, es parte del proceso de ser conformado a Cristo, quien pasó por la división y el sufrimiento para abrir el camino a la unidad verdadera.


Conclusión: La división como signo de fidelidad a la primacía de Cristo


En conclusión, poner a Cristo como el primero en todo en la vida del cristiano es una elección radical que inevitablemente lleva a la división. Esta división no es un mal en sí misma, sino una señal de la transformación radical que implica seguir a Cristo en un mundo que se resiste a la verdad. La división es tanto externa como interna, pero siempre tiene el propósito de purificar al cristiano y de orientarlo hacia la unidad definitiva con Dios en Cristo.


Como enseñan los Doctores de la Iglesia, la verdadera paz cristiana no es la ausencia de conflicto, sino la reconciliación con Dios que llega a través de la cruz y la transformación que conlleva. El cristiano, al poner a Cristo en primer lugar, puede estar seguro de que esta división es parte de su camino hacia la verdadera paz.



Comentarios