La.piedra habló sin palabras

 




Fue una voz antigua, más vieja que el río mismo. No venía de afuera, sino desde dentro, como si la piedra hubiese despertado algo dormido en su sangre.


“Has cruzado el Umbral de Lírien. Ahora verás con los ojos del primer recuerdo.”


El agua a su alrededor se despejó, y de pronto el niño ya no estaba flotando. Estaba de pie en una llanura de espejos líquidos, bajo un cielo que parecía tejido de raíces y estrellas. A lo lejos, gigantes de piedra caminaban en silencio, arrastrando cadenas hechas de humo.


El niño giró. Frente a él, un puente de ramas trenzadas se alzaba sobre un abismo de agua negra. Del otro lado, una figura lo observaba: alta, envuelta en un manto de juncos y huesos de pez, con un rostro cubierto por una máscara de río seco.


La figura habló.


—Soy Ardir, el Guardián del Nombre Sumergido.


—¿Dónde está el Islero? —preguntó el niño, con voz temblorosa.


—El Islero no cruza este puente. Él guía. Nada más. Vos debés recordar lo que fue sellado. Y enfrentar lo que espera bajo tu sangre.


El niño apretó la piedra.


—Quiero saber qué le pasó a mi padre.


—Entonces cruzá —dijo Ardir—. Pero sabé esto: toda pregunta verdadera exige una ofrenda. No se recuerda sin dar algo a cambio.


El puente crujió cuando puso el primer pie. El aire cambió. Olor a tierra mojada, a fuego apagado, a infancia partida.


—¿Qué tengo que dar?


Ardir alzó una mano. En su palma apareció un cuenco. En él, el reflejo del niño... pero más grande. Con ojos cansados. Con cicatrices.


—Tu inocencia —respondió.


El niño dudó. Miró el río a sus espaldas, que ya no era río sino umbral. Miró la piedra, que brillaba con un calor suave.


Y dio un paso más.


El cuenco se vació sin que él lo tocara.


Del otro lado, el Guardián se hizo a un lado y el puente lo dejó pasar.


—Has ofrecido lo justo. Ahora conocerás el verdadero nombre de tu padre. No el que te dijeron. Sino el que se escribe en la Corriente Profunda.


Y con esas palabras, el mundo cambió de nuevo.


El niño cayó, no hacia abajo, sino hacia adentro.


Y la historia de su linaje comenzó a contarse en una lengua que solo los hijos del río pueden comprender.

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