El contraste entre la estética medieval y la moderna: Reflexiones sobre J.R.R. Tolkien

 


1. Ontología del ser: orden versus fragmentación

En la estética medieval, el cosmos se entiende como un ente jerárquico y ordenado, donde cada ser ocupa un lugar determinado y posee un fin intrínseco (telos). Este orden es concebido como un reflejo de una trascendencia superior, otorgando sentido a la totalidad del ser.

En contraste, la estética moderna se caracteriza por la fragmentación del ser, el cual se seculariza y se vuelve contingente. En este paradigma, no existe un sentido dado o inherente al ser, sino que es el sujeto quien lo construye.

J.R.R. Tolkien, sin embargo, recupera la estética medieval para sostener una ontología armónica en su obra. En el Silmarillion, Eru Ilúvatar crea el mundo mediante la música, un acto de creación ordenado que, aunque perturbado por la disonancia de Melkor, no pierde su sentido fundamental; en este contexto, todo mal es considerado parasitario, nunca autónomo.


2. El tiempo: cíclico/sagrado versus lineal/progresivo

En la visión medieval, el tiempo está impregnado de un sentido mítico y sagrado: la historia no es simplemente una sucesión de eventos, sino una narración teológica cargada de significado.

La modernidad, en cambio, impone un tiempo lineal y cuantificable que se orienta hacia el progreso y la técnica. Este tiempo lineal tiende a despojar de valor simbólico y sagrado los momentos históricos.

En la obra de Tolkien, el tiempo es un ente cargado de nostalgia y sacralidad. Sus mundos están estructurados en ciclos y edades, y el tiempo se convierte en una herramienta para la construcción de mitos y profecías.


3. Técnica versus arte

La modernidad exalta la técnica como un medio para dominar la naturaleza, subrayando su poder sobre el mundo material.

En contraste, la estética medieval coloca al arte al servicio del símbolo, lo sagrado y la expresión del alma.

Tolkien ilustra esta distinción al presentar la técnica desalmada a través de los reinos de Isengard y Mordor.


4. El sujeto: comunidad versus individualismo

En la Edad Media, la persona se define principalmente por su posición dentro de una red simbólica que incluye la familia, el feudo y la Iglesia.

La modernidad, por su parte, celebra la emancipación del individuo, quien se autodetermina y se define por su autonomía, aunque a costa de un aislamiento existencial.

En la obra de Tolkien, la ética del servicio y la humildad prevalecen sobre la noción de heroísmo individual. Frodo no es considerado un héroe por su fuerza, sino por su sacrificio, mientras que Sam, el jardinero, personifica la fidelidad inquebrantable. El individualismo heroico es desplazado por una visión de interdependencia y comunidad.


5. El lenguaje: símbolo versus funcionalidad

En la estética medieval, el lenguaje es entendido como un vehículo sacramental que revela realidades más altas, una manifestación de lo divino en el mundo.

La modernidad, en cambio, reduce el lenguaje a una mera herramienta de comunicación, privándolo de su carga simbólica.

Como filólogo, Tolkien reactiva el poder mágico del lenguaje, mostrando a través de las lenguas élficas su carácter litúrgico y simbólico. En su universo, nombrar algo con su “nombre verdadero” implica conocer su esencia, en una clara alusión a la tradición filosófica platónica.

Tolkien no es simplemente un escapista, sino un pensador profundamente crítico. Su uso de la estética medieval no es una nostalgia vacía, sino una forma de resistencia metafísica en un mundo desencantado. A través de sus obras, crea un mundo donde el bien, la belleza y el sentido siguen entrelazados, ofreciendo una alternativa a la visión fragmentada de la modernidad.

Anécdota

A modo de anécdota personal, en el día de ayer, después de acompañar a mis hijos a dormir y de contarles algunas partes del viaje de Bilbo, fui consciente de la forma en que Tolkien logra, a través de sus relatos, transmitir la esencia de estos contrastes entre la modernidad y la tradición medieval, estableciendo un puente entre el mundo contemporáneo y los principios perennes. 

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